Vidrio
La visión era insoportable para tal cantidad de gente que solo personal probado podía trabajar en ese museo. Museo que a la vez era una especie de laboratorio y centro de estudios, en el cual se intentaba entender en alguna manera lo que pasaba con cada una de sus piezas.
Eran cuerpos humanos que en cuestión de semanas y hasta de días iban perdiendo su elasticidad y ganando una dureza cristalina: para resumir, esta enfermedad, de carácter catastrófico, convertía el cuerpo de los seres a los que afectaba en estatuas de vidrio. Para mayor perplejidad una vez alcanzado un primer estadio de rigidez la piel aceleraba un proceso de transparentado que permitía ver todos los sistemas del organismo funcionar en una persona viva pero presa en un cuerpo inmóvil.
El paciente cero tenía la piel completamente transparente pero además el resto de sistemas también presentaban esta característica, si bien todo lo que es fluidos y corazón, pulmones, ojos y cerebro aún funcionaban. Al paciente cero y a todos los demás se les tenía conectados a detectores de señales de vida, lo cual arrojaba otra curiosidad: las funciones vitales iban disminuyendo conforme el cuerpo se hacía transparente de afuera hacia adentro.
La ciencia médica estaba desconcertada. Han pasado cinco años desde el primer paciente y los casos han aumentado alrededor del mundo sin que sea posible identificar un patrón. El paciente cero era prácticamente una estatua de cristal humana. La estructura del cristal era una variante de la estructura del diamante nunca antes vista e igual de dura. El paciente cero ya no podía ni mover los ojos. Se le cubría para darle algo de oscuridad a fin de que su cerebro pueda dormir, si cabe.
Si bien los días del hombre estaban contados, y si bien no se podía saber cuándo las señales de vida que seguía dando se extinguirían por fin, fue un sismo lo que acabó con su vida. Tras tambalearse por largos segundos, la estatua que era su cuerpo cayó al piso, rompiéndose en pedazos grandes, brazos, torso, cabeza, piernas... Lo que quedó de su humanidad era un rompecabezas de cristal del que se desparramaban los pocos fluidos y la poca materia anatómica funcional que quedaba.
La cabeza rodó hacia una esquina, fracturándose al tocar el piso. Un pedazo de la parte de la nuca saltó y voló por su cuenta dejando descubierto el cerebro, que estaba bastante cristalizado también. Por ese detalle se supo que el hombre, al igual que los demás que se cayeron y se rompieron, sintieron y estuvieron conscientes de todo lo que les ocurrió a sus rígidas humanidades hasta el punto en que los artefactos de toma de signos vitales marcaron línea plana.