Un ensayo acerca de la ambición
Hace poco se me cruzó una metralla de cuestionamiento: yo no soy ambicioso. La ambición vista como un afán por tener esto y lo otro, que trae consigo la dedicación al trabajo para conseguir lo que fuere el objetivo de tal ambición, yo no la tengo, a diferencia de quien disparaba. Esto me puso a pensar, dado que a primera vista y a comparación no me interesa tener muchas cosas, lo que derivaría en que me esfuerzo y me dedico menos como consecuencia.
Me puse a evaluar: de hecho, es cierto, no hago el mismo esfuerzo. Ni de lejos. así, no sé ni puedo ni hago muchas cosas que de hercho me gustaría saber, poder y hacer. Algunas de ellas incluso me traerían más plata de la que tengo y barrerían con todos mis problemas financieros. En términos de entusiasmo éste no me falta, y en términos personales reconozco dónde están los escollos que lo hacen mermar. Así, esa parte resuelta, procedí con la otra parte del análisis.
Y éste es el resultado que arrojó:
La ambición, reducida al ámbito de obtener cosas, es el entusiasmo de trabajar para obtener alguna cosa, o varias, fijadas como objetivos de manera libre y voluntaria. Esta ambición se apoya sobre tres pilares:
— La gana de obtener cosas
— Trabajar para obtenerlas y conservarlas sin robar, léase, trabajar honestamente, enfatícese, no robar
— No dejarse robar en el proceso o bien una vez obtenidas.
Descarto la gana de obtener cosas y trabajar honestamente en el empeño, dos pilares que son cultivados mal que bien en el común de las personas y que se presumen intrínsecamente relacionados: tú, sí, tú, no robarías para obtener lo que ambicionas. Innegociable. Fin de la discusión.
Hablaré del tercer pilar: no dejarse robar. Me extenderé sobre dos de las cosas que son ambicionadas por el común de los occidentales para finalmente tocar una tercera de manera que cree otra fractura en la máscara de dios.
Vamos: quiero una casa. Y un carro. Los dos a ser posible y primero el último, que es el que permite fingir estatus. Bien: consigo un trabajo/medio de subsistencia que me permita endeudarme (porque pagarlo de contado es tal que para cuando termine de reunir la plata puede que el modelo ya haya sido descontinuado) para pagar a quien corresponda el carro que ya puedo comenzar a decir que es mío. De lado quede también la usura en el pago de las mensualidades, que de hecho ha merecido y merece desde un apartado entero hasta la atención y el estudio que lleve a destruir a los bancos y a eliminar el Talmud, la Torah, la Biblia y a los jerarcas de estas religiones, dejando salvos, tal vez a sus practicantes de a pie.
Ya tengo, carro, decía. Mi plan para con el móvil de lado, el hecho es que ya lo vacilo: voy a donde pueda en él, llevando a quien corresponda; le hago el gasto en esto y lo otro. Pagué la matrícula, las placas, el seguro, el curso y el examen, si aún no tenía licencia, y la licencia. El carro y es mío, digo... Hasta cuando me toque renovar la licencia, anualmente o porque esta se quede sin puntos, no pase algún control, sea secuestrado por el estado hasta que pague su rescate o detenido en firme y mi potestad de uso prohibida, cosa de regularidad semanal gracias a la introducción del pico y placa.
Entonces, si el estado tiene la capacidad de restringirme el uso de mi carro y cobrarme por el mismo con regularidad y a capricho de sus funcionarios y agentes ¿es mi carro mío realmente? Pues no. En virtud de cómo el estado, vía el gobierno de turno y las regulaciones que éste se invente, me restringe el uso, mi carro es alquilado. El estado me deja usarlo. Y puede quitármelo o sancionarme por su uso cuando guste y con regularidad y cuotas establecidas, que, por supuesto, no todos tiene que cumplir, pero ese es otro tema.
Ahora, la casa. O el departamento, que con ciertas diferencias es casi lo mismo. Quiero una y la quiero espaciosa. Compro el terreno, o la casa. Costará lo que cueste dependiendo de dónde esté. Y de qué tan grande sea. Y de cuánto del terreno donde se halla esté construido.Y de cuántos pisos tiene. Y de los servicios, accesos, protecciones, que cueste. Los servicios de lado, que son algo de lo que en último término existe un beneficio real: luz, agua, alcantarillado, y bomberos, aunque ya lleve años habitándola y no se haya quemado nunca, es un bien para todos y en veranos e inundaciones alguien habrá de agradecerlo.
Así, pago por la casa un impuesto, llamado predial, en proporción de la suma de factores antes descrita y basado en tablas que no podría justificar sin ayuda. Lo hago anualmente y con la confianza de que no subirá por una u otra ocurrencia. Además, estoy a la expectativa de que el gobierno de turno, en nombrer y a título del estado, no se invente un rubro que complique seguir pagando tal impuesto o un impuesto que resulte en que el estado se ataje casi la totalidad de su valor por heredarla.
Entonces, ¿es mía, la casa? Si tengo que pagar por el suelo donde está construida, por sus características, en casos incluso teniendo que solicitar permisos para poder hacer en ella lo que yo quiera (punto que tiene para refutar todo quien conozca algún barrio que hubiere comenzado siendo una invasión y para cuando haya sido legalizado ya era un desastre urbanístico irremediable), so pena de que el estado me imponga restricciones de uso y hasta tenga la potestad de quitármela, si tengo que estar dispuesto a desalojarla en caso de que se interpusiese en el camino de algún proyecto "de interés" gubernamental, inclúyase, si algún funcionario le echó el ojo al fruto del esfuerzo de mi vida, lo obvio salta a lastimar la vista: esa casa, que compré, que construí con mis manos, el estado me la alquila.
Así, resulta imposible cumplir con el tercer pilar: para tener casita, carrito, por modestos que sean en unbicación y características, tengo que hacer partícipe al estado del fruto de mi esfuerzo: tengo que dejarme robar. Plata y tiempo, siendo el tiempo, también, otro tema. Tengo que dejarme robar, y amén de las leyes y los mecanismos, incomprensibles excepto para ellos, y de los funcionarios y los agentes que le llaman "su trabajo" a vivir de lo que me tengo que dejar robar, está todo quien me rodea: para los demás es normal, imperativo y de buen ciudadano, cumplir con las obligaciones tributarias, so pena de ser desde juzgado hasta condenado al ostracismo, aunque sea por unos minutos, por uno o más buenos ciudadanos, siempre listos a condenar que yo no quiera, aunque solo me quede renegar, dejarme robar como todos los demás. En el mejor de los casos, seré visto como el loquito improductivo que se queja en vez de ponerse a trabajar porque jodidos pero contentos.
Pero eso no es todo ni para ahí: como yo "no soy ningún pendejo", y en casos excelsos, porque sé que los demás hacen exactamente igual y si nos jodemos nos jodemos todos, buscaré la manera de ganar más, de hacer que el estado me devuelva esa plata con la que ya se hizo por un año y cuya devolución se reserva la potestad de aplazar o cancelar, de evitar pagar, de cobrarle a otro lo que me dejo robar, de participar del principio de hecha la ley hecha la trampa: destruyo el segundo pilar. En menor y mayor medida. y en formas que juraría no practicar bajo juramento mano en biblia, estoy buscando hacer la platita para que el estado no me quite lo que ya tengo. Estoy robándole a Pedro para tener qué me robe Pablo.
Así, la gana de obtener cosas, el primer pilar, queda reducida a una esperanza y resguardada por un laberinto financiero. ¿Cómo quedamos? Pues así:
— Obtener cosas es complicadísimo sin endeudarse.
— Trabajar honestamente es algo para lo que hay que tener valores y estar dispuesto a que el camino será largo, y a evaluar, evitar y hasta evadir todo atajo que se presente.
— No dejarse robar es una utopía impracticable.
Así, me restaba preguntarme, ¿cabe que ambicione algo? Pensaba, por supuesto: compro mi terreno, compro mi carro, y a la primera oportunidad, al primero que le note la alevosía de intentar hacer ejercicio mercenario de las funciones por las que le pagan en nombre de un estado mafioso, meterle bala sin importar matarle. Porque eso es lo que se hace con los que te pegan en el colegio: si quieres que te dejen en paz, que no te jodan, que no te roben, se los dejas en claro, en los términos que te toque.
Por supuesto para ese proceder, y muy en ejercicio de mi libertad que la constitución me garantiza, solo hay dos caminos: la cárcel o el hospital psiquiátrico. Para el estado, para el gobierno y para ti la autodefensa y la defensa de lo propio es una actitud antisocial merecedora de toda punición. Obedecer y hacer que el otro obedezca es la actitud propia de los hijos de mamá, que se reserva la potestad de concederte derechos de uso de los bienes que tanto te ha costado conseguir, y que debes estar agradecido, rendir tributo, pues, de que te los deje usar amén de lo que ya pagaste para tenerlos.
Es una estafa de proporciones mundiales. No hay país en que no funcione así: tienes derecho y acceso a comprar todo lo que puedas mantener. Este enunciado es completamente lógico excepto cuando tienes que mantener lo que no quieres, no necesitas y no te sirve.
Y acérrimos practicantes del tal son los musulmanes: en él incluyen a todas las mujeres que puedan mantener con todo el dinero que pudieren lograr. Ofrecí no dejar sin tocar el tema pero le daré un balazo rápido, al fin que se trata tan solo de fracturar la máscara de "dios"; para destruirla me tomaré mi tiempo: así vistas, para la cultura (si tal) musulmana, las mujeres son objetos... muy caros, muy caprichosos, del todo inútiles y de calidad divina. Caros, porque la capacidad económica del hombre determina cuántas puede permitirse y de qué "calidad" — por calidad entiéndase belleza y juventud —; caprichosos, porque el hombre habrá de agasajarles con obsequios a fin de demostrar, de manera continua y a juicio de ellas, que su capacidad económica sigue en vigencia (la "calidad" de ellas rara vez se pone en cuestionamiento... tal vez para eso es que exista el burka, para ocultar juventud y belleza de las tales, pero no devaneo); del todo inútiles porque no se explica que un contingente de recursos humanos que es un harem no sirva más que para adorno y sexo, de lo cual el hombre disfrutará de lo segundo mucho menos que de lo primero; y de calidad divina porque siempre pueden largarse a ser objetos de un jeque de más plata, o sea, para eso sí son personas, para lo demás, son objetos caros que cuidar.
Así y en resumen, el hombre occidental vive envidiando, además, eso de lo que él mismo se ha despojado por la vía de una moral sospechosamente parcializada: de reclamar las mujeres que quiera según la plata que tenga. O por lo menos de hacerlo de frente. Pero no me desvío del tema: ¿será posible obtener algo honestamente y sin participar en el perpetuo ciclo del robo? Responder tal pregunta es cuestión de qué es lo que quiero y de cómo obtenerlo. Lo que noto también es que es una tarea personal, del tamaño del que es esa otra de conocerme a mí mismo: como describía, no me quiero endeudar por los años que me asignen a una prisión o a un psiquiátrico en un emisario de un mafioso. En esos términos realmente a nadie, empezando por mí, le conviene que haga despliegue de mi ambición. Y como no pienso pagar derecho de uso hasta que me muera por cosas que compré, no ambiciono casa ni carro, y porque no considero objetos a las mujeres, no ambiciono a ninguna.
Miylirguinilií:
— Entonces no querrás tener casa ni carro?
~ Yo he de verf.