Deltoides
Timoteo Chicaiza, tercero. Firmaba como Timoteo chicaiza III, así, con el 3 en números romanos. Se solía presentar así, no con afán de destacar por su abolengo, que era real, él era el tercer Timoteo Chicaiza. No. Su siempre fue el mismo: ver qué cara pone quien le escucha presentarse así. Aunque, desde luego, la fama que le precedía no se debía semejante juego de nombres.
El profesor de educación fisica por más de 20 años de un colegio de regular prestigio de la capital era conocido por otras dos hazañas, las que le valieron su apodo y su nombramiento. La primera ocurrió bastante antes de que fuera profesor. En el barrio era conocido porque a pesar de su complexión normal y su fuerza física menor al promedio, tacleaba muy fuerte. Tan fuerte que todos lo querían en su equipo de fútbol y nadie en el equipo rival. Tan fuerte que, cuenta la leyenda, hay un boquete en la pared de uno de los parques del tamaño y la circunferencia de un hombro.
Esas y otras historias le valieron al muchacho de entonces el apodo de "Deltoides". Los amigos le sugirieron que haga musculatura para hacer justicia a la leyenda. Lo hizo de mala gana, pensando más bien en que eso le ayudaría a pasar desapercibido. Poco amante de las broncas, prefería mantenerse a un lado, así como de todo evento en el que pudiese destacar en fuerza o destreza física. Hasta que, como se dice, cuando te toca, ni aunque te quites.
Eran las diez de la mañana y Timoteo se había fugado de clases. Un alumno promedio no debería permitirse ese lujo pero a Timoteo no le importó demasiado. Salió a dar vueltas por el barrio cuando la tierra comenzó a temblar. El sismo se tornaba más violento conforme pasaban los segundos. En una de las casas, en la terraza, había unos niños que al parecer estaban jugando y ahora estaban muy asustados. Timoteo vio caer la escalera de metal que permitía el acceso a esa terraza, al tiempo que vio cómo la cerca eléctrica comenzaba a ceder y los alambres a tensarse.
Subió a la casa por un costado. Saltó hacia el pequeño parqueadero. trepó por la escalera débilmente sujeta a la terraza que, además, se apreciaba que no duraría mucho tiempo en pie. Les dijo a los niños que le abracen duro y saltó con ellos, aterrizando de costado contra el pavimento... su cálculo falló, la idea era caer en el césped de al lado. Para su alivio los niños sí cayeron en las montañitas de hierba recién cortada que había sido dejada cerca del parque al lado de la casa. Estaban llorando pero estaban bien, cuenta de eso dio el hecho de que fueron corriendo a ver a Timoteo, que estaba recuperándose del golpe.
El boquete en el piso fue notado por los chicos. En cuanto Timoteo notó que los niños lo notaron les llevó a una clínica, sorteando un poco de gente en pánico. Esperó hasta que se presentaron sus papás y se fue. Pasó el tiempo pero los niños salvados iban a ver cada tanto el hueco que dejó Timoteo en el piso del pavimento de la acera cerca de su casa. Sería después que se enterarían de quién fue el chico que les salvó de morir ese día.