La estrella ninja también tiene seis puntas
Todos los días eran una aventura impredecible llena de decisiones que tomar y de consecuencias impredecibles a partir de las mismas. Todos, excepto esos cuya suerte estaba echada: notar cualquier alusión, pero sobre todo en esa forma en especial, a ese número en particular, predecía que ese día todo lo que pasare habría de pasar tal y como pasare y de ninguna otra forma. Según esta teoría suya para cada persona en el mundo había días así y esos días estaban marcados con marcas inconfundibles y únicas para el directamente aludido, e indetectables para cualquier otro que no fuere éste.
Luchar contra lo inevitable le llevó a perder un dedo de cada pie; dejarse llevar en cambio le trajo dos alegrías. ¿Cuándo sería la siguiente vez que debía dejarse llevar y qué tan próxima está en el tiempo? La sola guía de esa señal apareciendo en su diario vivir le parecía insuficiente, así que tras vagar entre ciencias y supercherías creó su propio artefacto. Si su número era el 6 lo que sea que se relacione con el número vendría bien. Así, construyó una así llamada estrella ninja de seis puntas. No gustaba de las artes marciales pero lo de lanzar dardos se le daba, de modo que era un amuleto perfecto para él, y tan contento quedaría de haberlo hecho que lo llevaba siempre consigo.
Pero no era alguna suerte de moneda que arrojar y conducirse según de qué lado cayere. En su estudio colgó una foto suya de mediano tamaño. La tradición que adquirió era una excentricidad que al principio fue un tanto incómoda para su esposa y sus dos hijos: todas las mañanas se vendaba los ojos y arrojaba su amuleto contra la foto de sí mismo que tenía colgada en la pared. Dependiendo de qué tan cerca caía de su figura se conducía durante el día. "La suerte es una mezcla de mi intención y lo que está en medio de mi intención y yo", les decía a sus hijos y a su esposa cuando le cuestionaban en grupo o por separado, luego de lo cual seguía una explicación que con el tiempo preferían ahorrarse, ellos.
Mantuvo esta tradición por años con resultados singulares: las únicas peripecias sufridas por él coincidían de hecho con la cercanía del amuleto a su figura en la fotografía. Accidentes y reveses leves o no tanto, eran así pronosticados y tomados en cuenta para una preparación más o menos intensa según el caso. Así, llegó a los 90 años, y tres generaciones con él le habían visto practicar así.
Él mismo se quedaba maravillado de vez en cuando. Maravillado y un tanto temeroso: en ninguna ocasión partes sensibles de su figura habían sido topadas. Pensó en eso antes de lanzar la estrella ninja, vendado como de costumbre. Ese día comenzaba con el amuleto aterrizando en su frente, en el entrecejo. Él mismo sintió una punzada en el instante en que la estrella aterrizó en su frente, cayendo de espaldas y con fortuna en un sillón que quedaba unos pasos atrás de él. Sintió un extraño confort a pesar del no menos extraño dolor de la punzada que sintió en el entrecejo.
Salió al comedor a desayunar, su esposa le esperaba. "Hoy habré de quedar ciego", le dijo con la habitual ligereza que decía las cosas más graves. Ella palideció un poco. "¿Qué dices, viejo tonto?", no tardó en entender, la costumbre de los años, y fue al estudio, donde vio la marca más reciente del amuleto, en su frente. Se preocupó, cómo no, pero estimó que los preparativos para tal evento ya estarían siendo tomados, no por precaución dino, como siempre, por esa confianza en su destino que su marido tenía. Cuando ella regresó al comedor vio a su marido con un cuchillo en la frente: el perro, asustado por un pelotazo de uno de sus bisnietos contra la ventana, hizo caer el platero del cual saltaron algunos cubiertos.
El hombre fue socorrido de inmediato. En el hospital le dijeron que no tenía ninguna herida de consideración, le cosieron algunos puntos y le despacharon a su casa. El lugar de la herida no dejó de causar curiosidad en el personal médico y en quien la observaba. El hombre llegó a la casa. Durmió ese día como siempre. Se levantó al siguiente día, fue al estudio, arrojó su amuleto. Este salió despedido de tal manera que fue a parar fuera de la casa por la ventana. El hombre corrió hacia ella y vio cómo el amuleto fue a caer directamente en una alcantarilla. Arrastrado por el agua como lo asumió, se despidió de él lamentando no haber hecho algo un poco más ceremonioso y no poder disfrutar de un poco más de tiempo con él.
Entonces, ese día, comenzó los preparativos con miras al último de los suyos, que dado el mensaje final de su amuleto, podía se cualquiera a partir de ese mismo instante, pero habría de ser intenso y espectacular.
"Sus deudos así lo recordamos, hoy, como el hombre más curioso de esta familia, y que deja entre nosotros una sensación de júbilo que sobrepasa toda tristeza: la sensación de la osadía, del conocimiento individual de cada uno, y el espíritu de aventura necesario para vivir la vida de cualquier forma que queramos." Esas eran las palabras póstumas de uno de sus nietos, previas a cumplir la última voluntad del nonagenario. Dichas estas, el nieto junto con el equipo de hombres ardilla formado por algunos de sus nietos y nietas, procedieron a rendirle homenaje. Se arrojaron al vacío, desplegando las alas y navegando con la corriente. La encargada, su nieta menor, en el momento acordado, pulsó el botón del mecanismo que describiendo una línea a partir de su pulsión, abrió el ánfora donde quedaban las cenizas del abuelo, dejando una estela gris que no tardó en desvanescerse en el aire.