Los lentes



Tal era la sensación de mirarse a los ojos, tal terror infundía en otros la mirada de unos, que la moda se hizo necesidad. Lentes, lentes para todos. Aunque no fueran oscuros, era mandatorio, un acuerdo tácito, usarlos a todo momento. Quien se los quitaba solo podía hacerlo en la intimidad de de su hogar. A quien no se sujetaba a tal decreto se le acusaba de asesino: el hecho era que la cabeza o el corazón de en quien posare la mirada alguien que no estuviese usando lentes explotaba y moría en el acto. Era una pandemia de tal nivel que los muertos se contaban por cientos de miles.

Como movimiento natural del miedo y la búsqueda de protección hubo industria alrededor de este fenómeno y regulaciones que pretendían hacerse cargo de soslayo y de maneras ridículas. Todos los lentes habían de tener sensores que detecten su uso, y se implantó disparates legales atroces, como la condena a ser picado los ojos por cuervos.

Sin embargo, la fuerza, la inmunidad, la invulnerabilidad, estaba con los que no usaban lentes. No los usaban bajo ningún concepto (excepto frente a las pantallas). Nadie que no fueran otros que tampoco usaban lentes se les podía acercar. El efecto de la mirada de los que no usaban lentes sobre los que sí los usaban era el mismo, y a ellos no les importaba.

Curiosamente y una vez más, los niños eran inmunes. Ningún menor de doce años había perecido a esta plaga mundial. Tampoco mataban hasta antes de esa edad. Por esto en cuanto cumplían doce años el decreto tácito dictaba que había que ponerles lentes y sugerirles, muy fuertemente, que no se los quiten.

No, ni para dormir. Porque para mayor terror e intriga gente había muerto a pesar de no haber sido vista por nadie a su alrededor que no tuviera sus lentes puestos. La única pista que quedaba, y para considerarla como tal la sociedad entera había ya abandonado en masa el terreno de la así llamada lógica, era que de alguna manera el soñante pudiera causar el mismo efecto en quien viere, sin lentes en sus sueños. Así, tan solícita como suele en casos de hacer negocio con el miedo, la industria creó un tipo especial de lentes que se podía usar hasta dormido, de modo que el soñante se reproduzca a sí mismo con lentes y los porte durante la visualización del paisaje onírico. La efectividad del método era cuestionable cuando menos, pero tanto por miedo como por moda ese modelo de lentes era de los más vendidos, y cómo no, de los más caros.


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