Tigres
Adagio de tatuadores es el que a continuación escribo: "cada tatuaje es una de tres: lo que eres, lo que quieres ser o a lo que le temes".
"No le temo a nada", "eso me gusta", "me siento identificado/a", "es mi tótem", cosas así se escuchan en las salas donde la piel ha sustituido a los lienzos. Arte es hacer sentir, punzada por punzada, la evocación de lo que ha sido elegido para acompañar por toda la vida a quien ha de lucirlo.
"He tatuado muchos tigres", el tigre, "aunque personalmente no me haría uno", el aphex de los cazadores sobre la tierra. Cuando lo ves, sabes que tu hora llegó, pero cuando lo presientes, sabes que tienes una oportunidad única. "No puedo decir que no les temo, me ponen nervioso."
En cuanto acabó se lo presentó, "mírate". Espalda descubierta, cabello hacia adelante, de reojo se miraba la figura del majestuoso, recién hecha y ligeramente sangrante. "Es hermoso", abrió sus ojos en una muestra de asombro y contento difícil de igualar.
"Cuándo vuelves por los retoques?" "No lo sé, espero que pronto", el anhelo de todos los humanos, poder pasear al lado de un tigre sin que este le intente agredir.
Sin embargo, la seguridad que sentía no parecía fiel. Falseaba. A veces sentía la ferocidad, a veces, el acecho. A veces sentía lo que deben sentir las presas cuando caen víctimas del hambre del cazador, otras, los jugueteos de este con su comida.
Pero ahora estaba condenado. El tigre estaba en su espalda, a veces al acecho, a veces al ataque, nunca a su lado. Nunca más iba a poder encararlo.