Todos mis yos


"Ya me habían dicho que me habían visto en varios lugares donde era imposible que esté. Imposible. Por tiempo, espacio y mi propio desconocimiento de tales lugares, quien me conoce sabe qué lugares de la ciudad no frecuentaría, más por itinerario que por prejuicio alguno. Y sin embargo, me veían. "Oye, qué mal que ya no saludes", era habitual en mis encuentros por chat con mis amigos. Pero lo que hizo que me decida llegar hasta aquí fue cuando alguien me escribió "eres un hijo de puta, por lo menos reconoce lo que me hiciste". Ya que por lo menos logré enterarme de qué le hice, o más bien, le hizo uno de ustedes, lo siguiente es enterarme quién de ustedes fue. Uno de ustedes está condenado por ser el hijo de puta que yo nunca seré", saqué el arma y comencé a apuntar. "Uno de ustedes le estafó, le cagó la vida y le violó a la Teri." Todos temblaban y se veían las caras llenos de miedo, y natural que lo tengan. Todos teníamos afición por un arma, la mía era la katana. Pareciéndonos tanto lo lógico de pensar era que todos seamos particularmente buenos con un arma. Todos reconocían que podían morir violentamente a manos de un loco similar a ellos mismos en todo ...o casi. Todos se miraban con cierta angustia, menos uno que se delató fijando su mirada en la mía por ese instante en que tu mamá sabe que mientes antes de que aprendas a mentirle a la mamá como es debido. Ese era el peor de nosotros y debía tener su justo castigo, "tú! sí, tú!". Los otros se miraron con ese alivio de saber que van a regresar enteros a sus vidas. "Dame tu celular." Sea por cinismo o por ese saber que todo está perdido, apuntó con su mirada a las cosas que traía. "Cuál es su número?" Supuse que lo tendría oculto a plena vista de alguna forma familiar para todos los otros nosotros, de modo que no me tomó demasiado saberlo, "Aló? Teri? Espera, no cuelgues, por favor, sólo escúchame", con la vida como le había dejado este desgraciado de yo no tenía más que hacer por unos días, deduje, así que logré convencerle para que venga y vea. Le recibí muy afectuosamente y con esa cara de arrepentimiento que no cabía en la cara de ese otro yo. "Pasa, y abre la puerta de la derecha". Perpleja por lo que veía, no podía creer ver en esta cara  un hombre respetuoso y decente en lo que cabe, abrió la puerta, y nos vio. "Sabes, yo escasamente te conozco. Sé que tienes una vida y que tenías un futuro que se ha ido gracias a uno de estos", que en total, conmigo, sumábamos catorce... catorce, el número asignado por eruditos para la eternidad y sus posibilidades. "Ahora sal, por favor, y en cuanto te diga vuelve a entrar y reconoce al mal nacido que te desgració la vida. En cuanto lo hagas, mátalo con esa espada." Teri salió, volvió a entrar para tener ante sus ojos a catorce, o sea, una infinidad, de posibles hijos de puta, tan similares entre ellos como gotas de agua. No tenía manera de saber cuál es cual porque yo me había tomado la molestia, junto con todos los meses de trabajo, de juntar ropa para vestirnos a todos exactamente igual para este día. Teri se tomó su tiempo pero no demasiado; todos los yos debimos estar tan paniqueados como yo mismo lo estaba, todos, excepto uno: el que tiene la mirada para aún en la culpa más evidente desafiar a su víctima intentando salvarse de su destino infundiéndole terror como para inducirle al error. Pero Teri ya había tomado su decisión. Y no les voy a negar, dolió un poco verle morir así, su cabeza cercenada tan dolorosamente como pudo serlo por alguien que no sabe manejar una espada, saltando hacia mis piernas y salpicándome de sangre que no era mía pero como si lo fuera. Como recuerdan, Teri pateó esa cabeza con toda la bronca, el desprecio, la rabia y la liberación de haber podido velar ella misma por sus fueros, se acercó a mí y me dijo "te agradezco esto, y agradezco que no seas tú, aunque lo seas en alguna forma". Mientras, como esperado, la sangre, la cabeza y el cuerpo decapitado tras acabar de esfumársele la vida desaparecieron lentamente ante sus ojos. Les escribía estas líneas porque lo que les inyecté previo a enviarles de vuelta a sus casas y a sus vidas tiene por efecto secundario bloquear los recuerdos más inmediatos. Comprenderán que no puedo arriesgarme a que nos volvamos a ver.  Si ya acabaron de leer este mail les garantizo, el/lo peor de nosotros está tan muerto como lo recuerdan ustedes que lo vieron morir. Recuerden lo que sintieron porque yo pude verlo en sus ojos, y es lo que estaré buscando si volvemos a vernos.


Con todo el afecto a ustedes que son yo,

Yo.




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