El avejentador
La máquina funcionaba increíblemente. Los resultados eran tan inmediatos que prácticamente sólo había que esperar unos minutos. Las alertas de tiempo de vida esperado iban desde unos días hasta unas semanas pero nunca superaban el mes o eran menores a unos dos o tres días. Tal como nos lo habían contado. Se recomendaba que no se aplique en personas de menos de 18 años, pero nuestros vecinos tuvieron hijos y hace dos semanas enterraron su segundo par de abuelos, y la de la casa de al frente iba perdiendo como cuatro esposos a ritmo promedio de dos cada año... Ergo, por qué no lo haríamos nosotros también, le dije a mi esposo al vernos tan notablemente endeudados por la educación de los hijos, la casa, el auto, ese único viaje que hicimos... sobraba decir que el artefacto sólo podía usarse legalmente en instituciones del gobierno (de pronto las firmas de renuncia aumentaron drásticamente al mismo ritmo que las eutanasias y los jóvenes herederos... ¡mentira! todos sabíamos lo que estábamos haciendo), nosotros ya teníamos nuestra máquina y la íbamos a usar. La última estafa en la que fuimos involucrados nos dejó en la quiebra, por lo menos nos aseguraríamos que la deuda muera con nosotros. Éramos viejos ya, estábamos tan faltos de entusiasmo y tan frustrados como si tuviéramos el doble de la edad que teníamos. Se nos habían acabado las ganas de seguir adelante.
Digo que la máquina funcionaba de maravilla tras meter algunas cosas y unos animales que nunca vio mi más pequeña porque se hubiera muerto de la pena. Era nuestro turno. Dejamos una nota en la mesa por si llegaban nuestros hijos antes de que pudiéramos meternos en la cámara, similar a una de esas bronceadoras que aún hay en los spas. El instructivo decía que teníamos que mantener una idea feliz no importa lo frustrados que estemos. No entendí para qué hasta que entramos, tomados de las manos. Nos acostamos dejando en automático el encendido. Cerramos la puerta. Se encendieron unas luces, luego una pantalla como la de una computadora holográfica pintó frente a nosotros un cielo nocturno estrellado.
Noté una especie de presión que se ejercía desde todas partes hacia mi cuerpo. Se me hacía progresivamente difícil moverme mientras me sentía más pesada. Mi mente no estaba asimilando el hecho de que estaba envejeciendo ahí acostada. Entré en pánico e intenté levantarme para salir corriendo con las fuerzas que me quedaban; con esas mismas fuerzas, supuse, él sostenía mi mano ahí al lado mío, tal vez consciente, no como yo, de que ya cualquier esfuerzo ya era inútil. Los pequeños contadores que estaban en las esquinas de la pantalla indicaban que estábamos llegando a la edad que habíamos programado.
Estando a los 5 años de los 80s me abandoné por fin al pesar de las consecuencias de esta elección. Sentí cómo los dientes, toda yo, era de una sustancia tan endeble y tan poco cohesionada que el menor resoplido podría desvanecerme en el aire junto con las otras partículas que lo conforman. Como por una broma ingenieril y cual tostadora sonó el timbre de anuncio de finalización del proceso. Teníamos mi esposo y yo 80 años biológicos, prácticamente tres días de vida y designado todo lo que habríamos de hacer y decirles a nuestros seres queridos.
Ya no nos quedaban fuerzas más que tal vez para ese último susto. La puerta de la casa se abrió de súbito, por la misma, entraron mis hijos y unos agentes. La sordera, la ceguera y demás no fueron características de mi familia en su vejez, así, tampoco la serían en la mía, escuché cada palabra que decían los agentes, mi hijo con ellos: "pronto, paramédicos, este es otro caso de robo de tiempo de vida por parte de este estado ladrón. Hay que ponerlos en recuperación de inmediato, aproximadamente han perdido 35 años de vida en estas máquinas del mal. Habrá que determinar si iban a usar este método del diablo para participar en algún tipo de estafa o si ya se veían envueltos en alguna clase de problema económico o de otro tipo. De momento me buscan en los registros financieros de esta familia, eliminan toda deuda y les devuelven a estos dos sus años de vida, ¡de inmediato!".
Digo que la máquina funcionaba de maravilla tras meter algunas cosas y unos animales que nunca vio mi más pequeña porque se hubiera muerto de la pena. Era nuestro turno. Dejamos una nota en la mesa por si llegaban nuestros hijos antes de que pudiéramos meternos en la cámara, similar a una de esas bronceadoras que aún hay en los spas. El instructivo decía que teníamos que mantener una idea feliz no importa lo frustrados que estemos. No entendí para qué hasta que entramos, tomados de las manos. Nos acostamos dejando en automático el encendido. Cerramos la puerta. Se encendieron unas luces, luego una pantalla como la de una computadora holográfica pintó frente a nosotros un cielo nocturno estrellado.
Noté una especie de presión que se ejercía desde todas partes hacia mi cuerpo. Se me hacía progresivamente difícil moverme mientras me sentía más pesada. Mi mente no estaba asimilando el hecho de que estaba envejeciendo ahí acostada. Entré en pánico e intenté levantarme para salir corriendo con las fuerzas que me quedaban; con esas mismas fuerzas, supuse, él sostenía mi mano ahí al lado mío, tal vez consciente, no como yo, de que ya cualquier esfuerzo ya era inútil. Los pequeños contadores que estaban en las esquinas de la pantalla indicaban que estábamos llegando a la edad que habíamos programado.
Estando a los 5 años de los 80s me abandoné por fin al pesar de las consecuencias de esta elección. Sentí cómo los dientes, toda yo, era de una sustancia tan endeble y tan poco cohesionada que el menor resoplido podría desvanecerme en el aire junto con las otras partículas que lo conforman. Como por una broma ingenieril y cual tostadora sonó el timbre de anuncio de finalización del proceso. Teníamos mi esposo y yo 80 años biológicos, prácticamente tres días de vida y designado todo lo que habríamos de hacer y decirles a nuestros seres queridos.
Ya no nos quedaban fuerzas más que tal vez para ese último susto. La puerta de la casa se abrió de súbito, por la misma, entraron mis hijos y unos agentes. La sordera, la ceguera y demás no fueron características de mi familia en su vejez, así, tampoco la serían en la mía, escuché cada palabra que decían los agentes, mi hijo con ellos: "pronto, paramédicos, este es otro caso de robo de tiempo de vida por parte de este estado ladrón. Hay que ponerlos en recuperación de inmediato, aproximadamente han perdido 35 años de vida en estas máquinas del mal. Habrá que determinar si iban a usar este método del diablo para participar en algún tipo de estafa o si ya se veían envueltos en alguna clase de problema económico o de otro tipo. De momento me buscan en los registros financieros de esta familia, eliminan toda deuda y les devuelven a estos dos sus años de vida, ¡de inmediato!".