"El odio. El desprecio. El cómo llegué hasta aquí, pensando que podría ser mejor. El mejor. El mejor de este país. Y ahora, me odian. Me odian, yo lo sé. No se hubieran organizado para montármela así si me amaran. Y los que están conmigo es por alguna conveniencia ruin. Y de los que me pusieron aquí, ahora, ni hablar tiene caso... Yo sólo quiero morir. Quiero que dejen de odiarme. Quiero que me perdonen lo que yo no soy capaz de perdonarme. Por lo que he hecho. Por lo que terminaré haciendo si este proyecto de mierda continúa. Este proyecto nefasto que con 'Mi poder en la constitución' no soy capaz de detener. Yo sé que este tranvía rumbo al barranco seguirá sin mí, ellos me lo aseguraron, aunque en este momento duden tanto como para propiciar que sea su víctima, su mártir, su cordero. Los que están afuera me odian. Los que están conmigo me dejarían morir. Yo quiero que me maten. ¿Quieren matar al presidente? ¡Aquí estoy! ¡MÁTENME SI LES DA LA GANA!"
Sólo esas tres últimas frases salieron de su boca. El no sabía que lo demás no se oyó hasta que se tiró de la corbata raspándose el cuello y presionando ese lunarcito que nunca tuvo sino hasta hace unos 10 años antes aproximadamente, cuando empezó su travesía hacia la esclavitud presidencia. El pequeño punto en su cuello activado y monitoreado constantemente vía satélite había logrado suprimir su voz excepto en el punto de "mátenme si les da la gana". En ese momento se dio cuenta (él creía que eran supercherías presidenciales, nada más) de que todo estaba perdido. De que era un esclavo. Un títere. Y de que ellos harían con él lo que quisieran, pero sobre todo, un pozo séptico de odio y miedo. Ese día fue su última oportunidad. Su anhelo de redención nadie lo iba a cumplir.