El niño de las canas


Ese fue el apodo que le puse. Me cabreaba que dijera esas cosas, sobre todo cuando estaba jugando canicas, a la rayuela, se trepaba a los árboles o se sacaba los mocos con el meñique.
Un día le grité "yaaa!!! cállateee!!! qué te crees, muy sabido???" Y cómo me respondió? Me sonrió y me ignoró para seguir jugando... Lo que sí noté es que jamás hablaba así con los adultos. Para los niños tenía mil cosas que decir, para los adultos, ninguna de importancia. Era como si fuera un agente secreto. Y yo estaba dispuesta a desenmascararle. Con mis amiguitas urdí un plan: esta tarde nos íbamos a encargar de distraer a todos los niños, no habría excursión a los bosques ni juegos de piratas. El ya había llegado al parque y estaba jugando con unas piedras. Vio que me acercaba y se subió a un árbol, para bajar de un salto cuando llegué. "Bueno y vos qué?" de todas las cosas que quería interrogarle, esa fue la única que me salió. "Dame la mano", me dijo. Yo se la dí obedeciendo dos órdenes, en cuanto le di la mano le miré a los ojos fijamente. El árbol que quedó a su espalda envejeció hasta caerse; el césped se secó y reverdeció tantas veces que me mareé; las construcciones de nuestros alrededores se volvieron en ruinas. Me asusté muchísimo, quería llorar, "no me sueltes, por favor, no me dejes aquí". La mano del niño que me sujetaba había crecido, así como él mismo, y yo también. "No tengas miedo, no te soltaré". El cielo era lo único que no había cambiado, su celeste de mi niñez aún existía. "Lo notaste". "Dónde cuándo estamos?" pregunté sin querer, casi. "Doscientos años después", me dijo, y me dio vértigo. "Siéntate", yo no le iba a soltar la mano por nada del mundo, nos sentamos al mismo tiempo. "Hay muchas cosas que sobrevivirán sin nosotros, pero nosotros no sin ellas", me dijo otra de esas frases gigantes que les decía a los otros niños, y le odié por un instante, para al siguiente preguntarle "Y qué fue de nosotros?" "Ya morimos. Quedan muy pocos de los nuestros. Esperemos que los pocos que quedan se encuentren". Hubo un instante en el que ya no quise volver. Algo en el ambiente me asosegó por completo aunque mi mente no acababa de concebir lo que estaba viendo. "No podemos quedarnos, ya vienen los otros", me dijo con cierta preocupación. Lo siguiente que vi fueron unas sombras gigantescas que buscaban, furiosas y apresuradas, entre las ruinas de las construcciones. Supe entonces que venían por los que quedaban de los nuestros. "Cómo las venceremos?" pregunté, casi sin pensar, y no por mí, sino por los que mi mente entendió que nos sucederían en habitar este paisaje. "Con imaginación, astucia, voluntad y alegría", me dijo, sonriendo como no le había visto sonreír nunca. En ese momento le amé con el amor de una niña. Ya estábamos de vuelta, el árbol estaba verde y alto de nuevo y menos mal los niños que por fin nos encontraron no notaron lo roja que me había puesto. El colaboró con el secreto subiéndose a un árbol, "qué fue? dónde estaban?", como si no hubiera sabido de mi exitoso plan, "ya vamos a jugar?"

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