El caso de la ingeniera
Abría cada clase con una frase ceremoniosa. Y recitaba la materia con cierta pomposidad, como si nosotros fuésemos espectadores de una obra de teatro mil y mil veces ejecutada.
Las palabras se le salían en una hilera casi monótona, discurriendo como si al río no le quedaran más cascadas. Los copistas que éramos sus alumnos nos ocupábamos muchísimo en tratar de entender lo que decía, quedando siempre lejos, siempre atrás. Yo ya había abandonado ese intento tras decidir que no me iba a quedar en este banco más tiempo que el necesario, y el que me iba a permitir para darme a la tarea estudiar lo que esta mujer no decía, lo que ocultaba bajo el manto de tanta palabra, bajo el velo de tanta fórmula. Y lo conseguí tras un empeño feroz de no parecer distraído, como si estuviera embobado, volando en fiebre o ensoñándola cual si me hubiera enamorado de mi maestra de primaria, a decir y joda de los compañeros, valiéndome de uso de esa máscara de refinamiento universitario que tienen aquellos que están dispuestos a llenar sus cabezas de fórmulas en vez de vivencias.
Lo conseguí, digo, cuando logré que ella deje de llamarme la atención sobre lo que apuntaba en esa pizarra a la que veía ella cada tanto e imperceptiblemente como quien busca algo en una pintura que va pintando al tiempo, sin conseguir hallarlo por lo paradójico de buscar algo en una pintura que está uno pintando. Lo conseguí, repito, y entendí algo que talvez yo mismo no quería, o eso me digo cada vez que pienso en ello y repaso la escena, desde el momento enque me levanté, dando un paso, luego otro, poniéndome frente a ella como para dejar en claro que entendí su clase pero que necesitaría más de sus conocimientos y de su persona algún día, mirándole a los ojos enmarcados tan simpáticamente tras los clásicos lentes, bajando la cabeza reverencialmente un instante después, abandonando el aula y escuchando, o talvez alucinando escuchar un breve "hasta pronto".
Hoy, tengo noticias cada tanto. Hasta ahora me pregunto si aluciné esas dos últimas palabras o si realmente salieron de su boca. Amén de esta, ya no me hago preguntas, porque las noticias que recibo me dan siempre la misma respuesta: el cuadro aquel no está acabado, su obra no está completa, y cada movimiento, cada fórmula, cada palabra y cada clase, son perseguidas implacablemente por la tristeza.
Las palabras se le salían en una hilera casi monótona, discurriendo como si al río no le quedaran más cascadas. Los copistas que éramos sus alumnos nos ocupábamos muchísimo en tratar de entender lo que decía, quedando siempre lejos, siempre atrás. Yo ya había abandonado ese intento tras decidir que no me iba a quedar en este banco más tiempo que el necesario, y el que me iba a permitir para darme a la tarea estudiar lo que esta mujer no decía, lo que ocultaba bajo el manto de tanta palabra, bajo el velo de tanta fórmula. Y lo conseguí tras un empeño feroz de no parecer distraído, como si estuviera embobado, volando en fiebre o ensoñándola cual si me hubiera enamorado de mi maestra de primaria, a decir y joda de los compañeros, valiéndome de uso de esa máscara de refinamiento universitario que tienen aquellos que están dispuestos a llenar sus cabezas de fórmulas en vez de vivencias.
Lo conseguí, digo, cuando logré que ella deje de llamarme la atención sobre lo que apuntaba en esa pizarra a la que veía ella cada tanto e imperceptiblemente como quien busca algo en una pintura que va pintando al tiempo, sin conseguir hallarlo por lo paradójico de buscar algo en una pintura que está uno pintando. Lo conseguí, repito, y entendí algo que talvez yo mismo no quería, o eso me digo cada vez que pienso en ello y repaso la escena, desde el momento enque me levanté, dando un paso, luego otro, poniéndome frente a ella como para dejar en claro que entendí su clase pero que necesitaría más de sus conocimientos y de su persona algún día, mirándole a los ojos enmarcados tan simpáticamente tras los clásicos lentes, bajando la cabeza reverencialmente un instante después, abandonando el aula y escuchando, o talvez alucinando escuchar un breve "hasta pronto".
Hoy, tengo noticias cada tanto. Hasta ahora me pregunto si aluciné esas dos últimas palabras o si realmente salieron de su boca. Amén de esta, ya no me hago preguntas, porque las noticias que recibo me dan siempre la misma respuesta: el cuadro aquel no está acabado, su obra no está completa, y cada movimiento, cada fórmula, cada palabra y cada clase, son perseguidas implacablemente por la tristeza.