El rompecabezas


Pero para entonces ya estaba lo suficientemente intrigada. No era un misterio para mí quién era, o quien decía ser, digo, no hay razón para que me mienta, y no, no soy demasiado confiada.
Pero sí, muy curiosa. Y él lo sabe. Sino para qué tomarse la molestia de hacerla en cartulina azul, decorarla con un filo blanco e imprimir letras en tinta blanca, de su propia mano, haciendo especial énfasis en los rasgos caligráficos. Quería asegurarse de que estuviera ahí, ese día, a esa hora. Pareciera, así descrito, que lo pensé demasiado, pero en realidad lo pensé mientras caminaba hacia allá, cuando llegué a esa conclusión ya estaba a la entrada. No había tanta gente como esperaba ni era un evento tan íntimo como talvez hubiera pensado o me hubiera gustado que fuera... me tomé menos tiempo en cavilar si en entregarles la tarjeta de invitación a quienes fungían de recepcionistas. Arrancaron cuidadosamente el pedazo de la invitación que sobresalía y me lo dieron: "habrá un punto enque se anuncie que comenzaremos a armarlo. Ponte pilas y no la pierdas. Pásalo bien."

Intenté mezclarme entre la multitud con relativo éxito, lo único que tenía que hacer era preguntar o responder a la pregunta "tú también tienes una de estas?" o a la otra "y de dónde le conoces?" Prácticamente la conversación se invitaba sola y al parecer todas las respuestas tenían su toque de inusualidad, como para prestarle pies, brazos y alas a la interacción entre todos los invitados. Entonces se me ocurrió preguntar "sisi pero dónde está el anfitrión?" Me sentí un tanto extraña al pronunciar tal palabra, lo sentía muy familiar como para la pretensión cortesana de "anfitrionar" una fiesta; no tuve tiempo de recriminarme cuando escuché por el parlante a una voz femenina, grave, decir "estamos listos. A continuación acérquense cada uno con su pieza, el rompecabezas está dispuesto sobre el mesón, podemos empezar."

Menos anárquica que aleatoriamente se decidió el orden de caída de las piezas en sus puestos. Me explico: no hacía falta que hiciéramos cola porque podíamos acercarnos al mesón por cualquier lado, sólamente era la curiosidad y alguna relación latente con el anfitrión y con el propio rompecabezas lo que regulaba la velocidad de los asistentes en su afán de llegar y posicionar sus piezas en el lugar que les correspondía. Como recién llegada (no a la fiesta, por supuesto, no podría haberme permitido el lujo de llegar tarde esta vez sobre todo) me acerqué al mesón casi al final. Quería contemplarlo antes de poner mi pieza - "quiero ver en qué me estoy metiendo", era muy tarde. Para cuando vi el rompecabezas con todas las piezas que ya se habían colocado pude contemplar todas esas cosas de las que solíamos hablar tomar forma frente a mis ojos. Entonces no pude resistir el impulso de poner mi pieza en su lugar, y cuando lo hice, también ese gigantesco grupo de interacciones cobró vida.

"Lo que han armado conmigo hoy no es un panorama inerte. Es mi memoria. Cada una de las piezas es un espacio dedicado a cada uno de ustedes." El "anfitrión" estaba como situado detrás de nosotros, observándonos con esa rara habilidad suya de pasar desapercibido ante nuestros sentidos. La estupefacción fue general e instantánea. Caí en cuenta de que no tuvo reparo en sus invitaciones. Estoy segura de que había previsto los puñetes, las cachetadas, los rubores y la incomodidad de quienes así reaccionaron, como también estoy segura de que previó que tras tal reacción, abandonarían el lugar como almas que lleva el diablo. Quienes supusieron causa inmediata de mi intriga éramos los que nos quedamos, así como las piezas que faltaban.

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