¡¡¡Tenemos que ser felices!!! - Parte 1

Queridos señoritos emos:

Les escribo desde la frontera del sonido. Su música es deprimente, ridícula y lastimera, y sus estilos de vida son nada más que una carga de rimel y un puñado de películas mal interpretadas. Lograron volverse más patéticos que los seguidores de Cobain, porque sólo se quedan en la amenaza. Sólo una cosa hay que le respeto al tal: él sí se mató.

Mi intención sin embargo no es usarles de excusa para la puñetiza; mi intención es advertir. Señores, ¡tenemos que ser felices! Tenemos la obligación moral de triunfar donde fracasaron nuestros predecesores generacionales, 98% de los padres incluidos. No tenemos que ser unos estúpidos sonrientes narcotizados; ni siquiera tenemos que ir siete años al Tibet en busca de alguna cosa. La vida y la felicidad son más devastadoramente simples que eso.

Dejando el prólogo, les contaré de dónde me nace la necesidad de advertirles. Cerré los ojos y cuando los abrí de nuevo estaba viendo las noticias:

“Tras largos años de investigación, la Policía en un operativo conjunto ha logrado desarticular a una secta que capturaba adeptos por Internet, obligándolos a abandonar todas sus posesiones a favor de la misma y posteriormente al suicidio. La secta operaba en una mansión en medio de la ciudad. Más información luego de la pausa.”.

Cuando escuché Internet fui a mi computadora, abrí una ventana, me puse a buscar y lo encontré: el sitio web era fastuoso, ofrecía toda la información necesaria, era visualmente atractivo y directo, con ositos tristes cortándose las venas y demás. Dando clic en el botón de “Visita el lugar” se entraba directamente a conocer la mansión de que hablaba el noticiero en un paseo virtual, todo un lujo. Increíblemente adornada y gigantesca, tenía un aire de pagoda budista, con toda clase de comodidades, y una sala increíblemente grande.

Tomé la dirección de la casa de la información del noticiero; les dije a los míos y nos fuimos a la tal mansión. Llegamos y la encontramos: el tamaño calzaba, mas la descripción era otra cosa. La casa era una ruina total; muchas áreas estaban a punto de derrumbarse. Decidimos entrar por una de las ventanas más altas, al encontrar las puertas y los accesos más cercanos fuertemente tapiados.

Por dentro la cosa no era muy distinta: la ruina invadía el lugar. En lo único que coincidía la descripción del paseo virtual era en los ornamentos orientales interiores. Sobrevolamos brevemente los interiores de la casa y dirigimos nuestra atención al gran salón donde dedujimos que se hacían los rituales. Desde que entramos escuchamos un sonido nauseabundo que dificultaba nuestros movimientos y drenaba nuestras energías cual sanguijuelas; hice un esfuerzo por identificar algún rastro de armonía en esos sonidos: era una mezcla de todos los ruidos deprimentes de los actuales dioses de la emofilia: My Chemical Romance, Fallout Boy, Panic! At the Disco, Panda y demás, mezclados con un sonido monótono estilo radio mal sintonizada.

Llegamos al salón, un salón gigantesco que tenía por atrio una especie de Buda verdoso mezclado con la figura de Kali o algo similar. La musiquita esa estaba llegando a un nivel difícilmente soportable. La evidencia de los sacrificios era más fuerte alrededor de una especie de baúl en forma de pirámide pentagonal situado en el centro del salón, que remataba en esos picos en que rematan las pagodas, con esferas en las puntas, al igual que en el centro del pentágono, en la punta de la tapa del baúl.

Concluimos que cualquiera que fuera el estilo que tuviera el ritual para los suicidios, tenía su punto álgido en ese lugar del salón y alrededor del baúl o en su mismo interior, dada la energía que sentíamos cerca de él y que enlodaba nuestros pies. Mas sólo había una manera de saberlo: alguien debía abrir el baúl. La música maldita y nauseabunda que escuchábamos se intensificaba a medida que estábamos por abrir lo.

[Continuará, porque está medio largo]