Propósito


Todas las cosas tienen forma. Dios, tiene todas. Nosotros, tenemos el don de dar forma a las cosas. Aceptamos este don a sabiendas de lo mucho que podía confundirnos, y volvernos eso a lo que temimos por primera vez. En el fondo de cada caja queda lo único capaz de darle alegría a nuestra imaginación infestada de pesadillas. Cuando lo encontré, me lo bebí todo. Y comencé a pintar. No antes, como los otros, como Picasso, como Dalí, como Van Gogh, que no soportaron sus visiones y necesitaron una manera de engañarse a sí mismos de que estaban a salvo de ellas, pretendiendo encerrarlas en lienzos, para que la fama de las mismas, en venganza de estas, les persiga y finalmente les caracterice en la mente de las masas, no permitiéndoles ser otra cosa que un Picasso, un Dalí, un Van Gogh... una tortura visual reflexiva de la cual el vulgo prefiere huir abandonándose a la vida más monótona, atonal, simple y vacía. No, me dije a mí mismo, y me bebí las quinientas gotas de esperanza encerrada en un frasco al fondo de la caja de Epimeteo, que dejó de ser de Pandora cuando su mente se dejó invadir por el "quién dice". Me las bebí, decía, y entonces, sólo entonces, comencé a pintar. No hay incendios ni gritos ni mosaicos rotos en mil partes ni relojes chorreando como queso; no hay rostros suplicantes y graves admirados por la muerte o aterrados por la resurrección; no hay hombres hermosos y flácidos ni mujeres paciendo cual vacas esperando ser montadas; no hay contribución a la sublimación del sexo. No. Hay colores fibonaccicamente ordenados en esa forma de moverse que tiene la vida, que no se detiene a menos que Tesla pierda contra Edison en un mundo donde nada pasó como pinto y todo pasó como ha pasado hasta hoy. Mis obras gritan. Llaman a las figuras íntimas sedadas en los subconcientes locales a despertar y moverse, ya sea corriendo, ya sea arrastrándose, lanzarse al Iguazú de la catarsis y deshacerse en el agua que deshace en su pureza el sueño más turbio y a los primigenios más desafiantes. Mis lienzos no se amoldan a tu experiencia. Mis pinturas hablan con ella y les ofrecen lo mismo que quiero ofrecerle al mundo, eso que tengo pero no se los voy a dar porque cada uno ya tiene. Mi propósito, cuando lo supe, me presentó con un pincel, con un aerógrafo, con una brocha gorda, con un lápiz, y me hizo ponerme lado a lado con los pintores de rodillo, de casas, de edificios, aquellos que inundaron los lugares y las fachadas con un sólo color, ofreciéndoles a otros el lienzo para plasmar, aunque sea brevemente, lo que otros como yo plasman, cumpliendo así su misión y desapareciendo en el anonimato, como desaparecerá mi nombre tras desaparecer mi forma, una vez que este tiempo prestado se me acabe. Nadie hay más feliz que el que conoce su propósito, aunque éste no tenga que ver con la fama; nadie hay más insensato que aquel que pretende ganarse la inmportalidad, no permitiéndose ser otro que el que ya es ahora, no permitiéndose conocerse más allá de la prisión de su propia forma. Aún las ideas sueltas de aquellos que llamamos locos llenan los rompecabezas mejor que las de los políticos y los bienintencionados religiosos; me gusta que los niños y los jóvenes vean mis obras y se conmuevan, les tomen fotos y las usen de fondos de escritorio. La luz está viva y se propaga, danzando con la oscuridad  en tiempos que abrazamos y tememos, como si la luz alguna vez nos fuera a abandonar y como si la oscuridad fuera una bestia asquerosa y aberrante. La esperanza es mi guía, la fe, coautora de cada uno de mis cuadros. Mi propósito, decírtelo en cada golpe de vista, en cada centímetro de lienzo, en cada píxel. Me agrada mi nombre, pero ese es un gusto personal. Mis cuadros son lo que te llevas con ellos, lo que ellos te despiertan. Recuérdame como quien los pintó, si acaso, y no a ellos como de mi propiedad, porque no soy dueño de nada. Talvez puedas evitar a los ladrones, pero no al mentidor. Talvez no puedas evitar al mentidor, pero reconocerás sus mentiras.

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