"Y la verdad, no iluminas suficiente..."

Huí, aún no sé cómo dado que el espacio que ocupas es demasiado grande, y fui al herrero más cercano, que era pana. "Haz lo tuyo" le dije, "sabes que la necedad duele" me respondió, "y experiencia, que le dicen", repliqué, a lo que no hizo más que callar y dedicarse a lo suyo, viendo con satisfacción y tristeza lo que yo había envejecido.
"No eres como los otros, que te refaccionan en las manos, en los pies, en las costillas,..." "...en el culo...?" "...eso mismo!" "Es que a la larga pocos saben dónde mismo es que va la cabeza", para lo cual no tuve más respuesta que gratitud.
Salí y me mojaron. Como no creía en sus palabras, no me mojé. El primer acto de libertad entonces fue cantar:
"Siempre que pierda el camino
lo iluminarás
Y siempre que pierda el camino
lo iluminarás
Tú sabes a qué prender fuego,
lo iluminarás
Y siempre que pierda el camino
lo iluminarás
Y la verdad, no iluminas suficiente
¡Y a perderseeeeeee!"
lo iluminarás
Y siempre que pierda el camino
lo iluminarás
Tú sabes a qué prender fuego,
lo iluminarás
Y siempre que pierda el camino
lo iluminarás
Y la verdad, no iluminas suficiente
¡Y a perderseeeeeee!"
Me divorcié de mi madre y me fui.
P. D.: algo de autobiográfico hay en este relato.
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